Dime cómo evalúas y te diré qué tipo de docente eres (parte 1)
- laeducacionentiemp
- 13 jul 2020
- 4 Min. de lectura
Evaluación formativa
En este título parafraseamos a Miguel Ángel Santos Guerra, catedrático de didáctica y organización escolar, del que os recomendaríamos cualquiera de sus libros. Santos es un firme defensor de la evaluación como recurso educativo y, desde aquí, te invitamos a leerle o escucharle cuando tengas la oportunidad.
Según este autor, la evaluación suele ser entendida como medición, clasificación, selección, comparación, control… y tortura, en lugar de ser, tal y como él plantea, un medio de comprensión, motivación, diálogo, aprendizaje y mejora. ¿Por qué se asocia el concepto a ese tipo de acciones? ¿Es ese nuestro objetivo cuando evaluamos?
Recogiendo su testigo, en las dos entradas que forman este artículo (parte 1 y parte 2) partimos de la idea central de que la evaluación de nuestro alumnado puede ser un excelente motor de aprendizaje. Veamos por qué.

En nuestra última publicación en el blog, hemos visto que el error es posible entenderlo como una ocasión de aprendizaje y, para ello, es sumamente importante ofrecer un buen feedback, alejado de la crítica. En esta misma línea, queremos hablaros ahora de la evaluación formativa, entendida como parte del proceso de aprendizaje y no como un mero instrumento para calificar al alumnado.
¿Qué es la evaluación formativa?
La evaluación formativa se basa en el seguimiento diario del proceso de aprendizaje del alumnado. La información que el docente obtiene es a menudo informal o basada en la observación y le sirve para conocer el impacto que la enseñanza tiene en el alumnado, ya que recibe una retroalimentación continua del desempeño del grupo.
Por lo tanto, el objetivo de este tipo de evaluación es que el profesor/a tenga evidencias de qué es lo que mejor funciona con su alumnado y pueda, en consecuencia, ajustar su práctica diaria para adaptarse a las necesidades del grupo. Asimismo, sirve al alumnado para tener información constante del punto en el que se encuentra en su camino hacia el aprendizaje y le da herramientas para adueñarse del proceso.
En otras palabras, la evaluación formativa nos ayuda a que el "cómo enseñamos", vaya de la mano con el "cómo aprende el alumnado".

Par ilustrarlo mejor, podemos subrayar las diferencias entre la evaluación formativa y la sumativa, es decir, la centrada en calificar los resultados que, generalmente, se realiza al finalizar el proceso concreto que se evalúa.
Es continua y no puntual.
Se centra en el proceso y no en los resultados.
Persigue la mejora del proceso de aprendizaje y no su calificación.
Está integrada en dicho proceso y no es una actividad independiente.
Es colaborativa, involucra al alumnado y la información obtenida es por y para ellos.
Los instrumentos de evaluación se utilizan para adaptar el proceso a las necesidades y al aprendizaje del alumnado y no para decidir el "éxito" o "fracaso" del mismo mediante una calificación.
Podemos fácilmente deducir que, desde esta perspectiva, el docente pierde el rol protagonista, cediéndoselo al alumnado y sirviendo de guía para que ese aprendizaje sea mucho más autónomo.
En el momento actual, hemos (casi todos) dejado atrás la idea de que el docente es el único transmisor de conocimiento y, en cambio, el aprendizaje lo basamos en la colaboración, la resolución de problemas, la creatividad, etc. Nuestro alumnado necesita ser activo, crítico e impulsar su propio aprendizaje. En definitiva, necesita aprender a aprender. La evaluación formativa es nuestra fiel compañera en este apasionante recorrido.
¿Qué características debe tener una evaluación formativa efectiva?

La evaluación formativa, al centrarse en el aprendizaje, se sirve del diálogo continuo con el alumnado. Por ello, como hemos dicho, el alumnado es el centro del proceso y el gran protagonista. Los estudiantes deben ser los que toman las riendas de su aprendizaje.
En este sentido, la evaluación del docente, sin la evaluación que hace el alumnado de su propio desempeño, sería incompleta. Es decir, es necesario que el grupo se evalúe a sí mismo para que la evaluación formativa sea verdaderamente efectiva y el alumnado sea consciente de lo que ha aprendido y de los pasos que le quedan por dar.
Si te interesa enfocar así la evaluación, te proponemos reflexionar sobre las siguientes preguntas:
¿El alumnado debe ser el dueño de su propio proceso de aprendizaje?
¿El alumnado debe tener un papel protagonista y muy activo, convirtiéndose en un recurso educativo para el resto de la clase?
¿Deberíamos, tanto docentes como estudiantes, contar con una retroalimentación continua que motive a la acción, hacia nuevos pasos y aprendizajes?
¿Los objetivos y los criterios de evaluación deberían estar claramente definidos para que el alumnado pueda tomar decisiones sobre su propio proceso de aprendizaje?
¿Las actividades, reflexiones y otras tareas planteadas, deben evidenciar los aprendizajes para que el grupo pueda evaluar su propio desempeño?
¿El clima del aula debe ser relajado y de confianza, facilitando la participación activa del grupo y la expresión de dudas, opiniones y emociones?
Si la respuesta a estas preguntas es SÍ, enhorabuena, tu clase está preparada para que la evaluación formativa sea efectiva y se base, realmente, en el feedback que aporta el alumnado sobre su propio proceso.
En la segunda parte de este artículo os recomendaremos algunos recursos para llevar a la práctica este tipo de evaluación.
Mientras tanto, si quieres aprender más sobre evaluación formativa, echa un vistazo a estos cursos gratuitos.
¡Hasta pronto!
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